martes, 1 de marzo de 2011

La mentira

Una gran mentira es como un gran pez en tierra; podrá agitarse y dar violentos coletazos, pero no llegará nunca a hacernos daño, no tenemos más que conservar la calma y acabará por morirse.

La mentira empieza como toda adicción o vicio. Se comienza de a poco y después se nos va de las manos. Es una de los peores defectos del ser humano, quien, por beneficio propio o no, tiene tendencia a mentir. En cierta forma es una condición de vida.

Todos hemos mentido, por lo menos alguna vez.

La mentira esclaviza, es difícil librarse de ella. Muchos mienten con frecuencia, y creen que al repetirla puede llegar a convertirse en verdad. Sin embargo, no es más que una farsa. Se puede maquillar de mil maneras posibles pero en el fondo no deja de ser una falacia. Hay una constante necesidad de ilusión de que la mentira podrá convertirse en verdad, pero, al fin y al cabo, es irreal. Dijo el filósofo Friedrich Nietzsche: “La mentira más habitual es aquella por la que uno se miente a sí mismo”. Engañamos a los demás, pero primero nos engañamos a nosotros mismos.

Todo aquel que miente conoce lo difícil que es sostener habladuría inventada. La mentira está en los ojos, está fijada en todo lo que hacemos. No nos abandona y nos condiciona. Distorsionar la realidad, tan sólo un detalle, ya convierte todo en una gran falsedad. No sólo hacemos uso de la mentira, muchas veces abusamos de ella. Pero como bien dice el dicho “la mentira tiene patas cortas”, no perdura en el tiempo, se desvanece.

A veces entendemos que mentir es proteger al otro, evitar herir a alguien. En ciertas situaciones se convierte en necesidad, o eso es lo que queremos creer. No es más que otra falacia. Creemos ocultar la mentira, pero en algún momento sale a la luz. Y es peor, arrastra un mar de malas consecuencias. La mentira siempre seguirá siendo mentira. Podrá aparentar ser la verdad, pero desde donde se la mire, nunca lo será.

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